Lo peor que puede pasarnos como pueblo es pensar que no podemos, que nada de lo que hagamos cambiará las cosas hacia algo mejor, que la política es solamente un ámbito para algunos elegidos, para algunos corruptos y que nosotros como gente honesta no tenemos acceso al poder. Con este pensamiento lo único que logramos es que las cosas sigan tal cual están al día de hoy.
“Las cosas son así, no se pueden cambiar”, es uno de los peores mitos metidos en nuestra cabeza. No hace falta ser joven para cambiar la vida propia o la del país. Muchas veces me han dicho: “…ahora les toca a Ustedes [los jóvenes] arreglar este quilombo, yo ya soy viejo”. Mientras estemos vivos podemos hacer cosas, podemos aportar nuestro granito de arena. Muchas veces nos va a dar la impresión de que a nadie más le importa, pero nada dista más de la realidad. Es mucha más la gente honesta que la deshonesta…es que simplemente la deshonesta vende más. Somos muchos más la gente decente que los indecentes, no dejemos que nos convenzan de otra cosa. No nos dejemos condicionar por lo que se ve en los medios. Los asesinos, los ladrones, los corruptos, los violadores, los maleducados y malintencionados…son los menos.
Nuestra batalla más fuerte no es contra un político, contra un imperio, o contra un grupo económico. La batalla que debemos librar sin cuartel es contra nuestros propios prejuicios, contra nuestra propia manera de pensar y actuar habitual. El cambio más necesario y más importante está en nosotros mismos, en cada uno de nosotros, en nuestro proceder diario. Nosotros, como pueblo, somos nuestro peor enemigo. Hablamos del “Gobierno” como si fuera un ente, pero los que lo componen son personas. Todo se reduce a nosotros, personas, para corregir lo que está mal y para mejorar lo que está bien. Dejemos de llorar por los rincones por las cosas que están mal y cuya solución pensamos está en las manos de ciertos “elegidos” y tomemos la rienda de nuestro destino – personal y colectivo – ahora mismo.
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